sábado, 30 de agosto de 2014
Reconquista y recaída
Aún hoy me siento algo estúpido por intentar reconquistarte. Es ahora cuando me doy cuenta de que hubiera sido imposible que hubiera salido bien pasara lo que pasara. Todas esas horas de gimanasio, todos esos cambios en mi look, todos esos ratos pasados alrededor de gente nueva, y con nuevas aficiones... Todo estaba mal enfocado. Todo lo hice por ti, cuando debería haberlo hecho por mí. Aún así algo quedó y me permitió tener una base para salir del pozo en el que me metiste poco después.
Lo más estúpido de todo es que dio resultado: realmente volviste a fijarte en mí. Tenías esa mirada que hacía tiempo no veía en ti, ese brillo en los ojos y esos gestos juguetones. Me empezaste a piropear como hacías al principio de nuestra relación, e incluso tuvimos dos citas.
La primera de ellas estuvo disfrazada de casualidad. Nos juntamos para charlar sobre otro tema personal que me afectó a la vez que todo esto, y pasamos seguramente una de las mejores tardes cerca del río. Estuviste alegre, animada; me hablaste de sueños y el futuro cercano, y te encargaste de que supiera cuánto te gustaba mi nuevo yo. Me sentí extraño y feliz a la vez cuando te dejé en casa y vi las pocas ganas que tenías de despedirte.
La segunda fue aquella noche que nunca olvidaré, aunque no por lo romántico del asunto. Cenamos juntos en aquel lugar, con luces tenues y comida de gourmet. Continuaste insinuándote, preguntándome por mi vida durante el tiempo de separación, e interesándote por mis nuevas amistades (por algunas más que por otras, llevada por los celos de pensar que otra mujer podría haber ocupado tu puesto). Todo fue tan bien que decidimos prolongar la noche con alcohol de por medio, y es en ese momento donde todo se torció de tal forma que ya no se pudo enderezar: en el momento en que nuestros labios se rozaron te echaste atrás y comenzaste a llorar. Me pediste perdón por lo que me habías hecho (sin acabar de comprender yo por qué en ese momento te arrepentías de nuevo de aquellos meses de quedadas clandestinas), a lo que yo te respondí que estaba olvidado, que debíamos dejarlo ir para recomenzar algo tan bello como lo que teníamos. Pero insististe con tus lágrimas y tus palabras, y un sexto sentido me hizo darme cuenta de que había pasado algo más: las piezas de mi puzzle encajaron y se descubrió que durante el tiempo que me pediste para pensar en todo lo que había pasado, te dedicaste a hundir definitivamente la daga en mi pecho acostándote con él repetidas veces.
Ni siquiera ahora sabría decir qué sentí en ese momento. Hubo un vacío en mi interior, mezclado con ira homicida hacia el personaje que 'se había metido' (o que metiste) en medio de nuestra relación. No pude articular palabra hasta pasados unos cuantos minutos, y decidí marcharme de allí. Tú me acompañaste, y mantuvimos una acalorada discusión, donde me soltaste lindezas tales como que estabas enamorada, que aún me querías, que no sabías cómo habías podido hacer todo aquello, que no eras capaz de controlar tus emociones... Para nosotros quedarán las decisiones que tomaste aquella noche, y de las que ahora intentas convencerte que no fueron más que palabras de consuelo hacia mí. La realidad es que perdí la confianza en ti, y dudo mucho que alguna vez consiga recuperarla.
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