domingo, 31 de agosto de 2014
Por qué me siento culpable
No consigo entender por qué me siento culpable de desear, por qué me siento culpable por buscar a otra u otras mujeres, por qué me siento culpable por querer pasar tiempo con ellas en el plano físico.
Sé muy bien el tiempo que llevamos separados. Soy consciente de que no somos una pareja, y que seguramente no lo volvamos a ser... Y sin embargo me comparo contigo, y encuentro similitudes entre lo que hiciste y lo que yo pretendo hacer. No entiendo cómo consigo encontrar esas similitudes, hábida cuenta de que son situaciones completamente diferentes, y que ya no nos une ningún tipo de acuerdo emocional.
He investigado, leído y escuchado mucho durante este tiempo, buscando algo que me haga comprender el porqué de todo lo que ha pasado, así como por qué me cuesta tanto entender que tú y yo no estamos juntos, y que es más que probable que no lo volvamos a estar. Cada hora, cada día que pasa, soy más consciente de que jamás encontraré esa respuesta que necesito.
Según la corriente psicoanalítica, soy una persona cuyo superyo controla al ello: excesivamente racional, represivo con los instintos más salvajes. Reprimo al máximo las pulsiones sexuales (aunque disfruto del sexo, qué duda cabe), así como reprimo la violencia y la ira, por miedo a perder el control y no saberlo recuperar hasta que sea demasiado tarde.
Estoy harto. Harto de que la gente se aproveche de ello para controlarme, para obtener lo que quiere sin pensar en mí; harto de comportarme siempre como se supone que me debo comportar; harto de no poder hacer lo que realmente quiero por miedo a lastimar a alguien. Y mientras tanto, tengo que soportar a tanta gente (tú incluida) que libera esa parte pulsional, irracional, que arrasa con todo y con todos los que estamos a su alrededor.
No sé si alguna vez volveremos a recorrer nuestros caminos juntos, aunque sé que me importas mucho. No sé si volveremos a ser amigos, aunque ahora mismo tiemblo pensando en la posibilidad de que acabe ocurriendo. Ni siquiera sé si nos volveremos a mirar sin rencor, aunque sé que necesito perdonar para seguir adelante.
Sólo sé que necesito un cambio personal, que quiero liberar mi lado más pasional, quiero dejar de reprimir emociones hasta el punto en que me sea posible sin lastimar profundamente a nadie. Quiero sentir que controlo mi vida, mi destino y mis decisiones, por equivocadas o acertadas que puedan estar. Y aunque ya he empezado, esta semana va a resultar clave para romper con mi lado más racional. Alguien me espera...
Tres semanas sin verte
Esta mañana me he levantado angustiado. Últimamente es así: paso el día más o menos bien, distraído con mis cosas, e intentando no pensar en ti; pero cada mañana me despierto nervioso, asustado. Es increíble cómo mi propio cerebro juega por las noches a fastidiarme la vida con tu recuerdo.
Quizás se deba a que en los últimos dos días te hayas puesto en contacto conmigo para comentarme algunos aspectos poco importantes. Antes de eso mantuvimos una última conversación por mensajería donde la cosa no acabó muy bien (me negué a volver a ponerme en contacto contigo, y te pedí que dieras tú ese paso cuando te sintieras preparada), y desde entonces pasamos una semana sin ningún contacto.
Lo raro del asunto no es que hayas hablado conmigo, sino sobre qué lo has hecho. Me comentaste aspectos relacionados con tu día a día, como si mantuviéramos todavía nuestra relación, mezclado con otros asuntos cotidianos pendientes de resolver por ambos. Yo, por mí parte, he hecho todo lo posible por mantener un diálogo lo más distante posible. Reconozco que me ha costado no usar un 'te quiero' o términos que sólo utilizábamos entre nosotros, y que me ha costado muchísimo más mantenerme frío, hablándote sin dejar pasar mis emociones con las palabras.
Hoy, pensando en todo esto, me he dado cuenta de que han pasado tres semanas desde el último día que te vi (aquella charla donde se descubrió 'el pastel'). Creo que nunca habíamos pasado tanto tiempo separados desde que empezamos a salir, y me ha creado angustia; sobre todo porque, por circunstancias del destino y del trabajo, nos vamos a ver obligados a no vernos durante varios meses a partir de ahora. Me da miedo pensar que, si ahora estoy así, no quiero saber cómo me voy a encontrar dentro de un par de meses o más.
También se mezcla, estoy seguro de ello, un nuevo aspecto: las mujeres han vuelto a mi vida en el plano sentimental. No digo que haya pasado nada con alguna mujer durante este periodo, sino que han vuelto aspectos que tenía olvidados: el coqueteo, las pulsiones sexuales, y los pensamientos sobre una u otra posible pareja. Además, me avergüenza reconocer que durante este periodo he tenido más 'reuniones' y charlas con mujeres de las que seguramente haya tenido en mi vida. Me siento cómodo, confiado con ellas, como cuando salía contigo, y también desinhibido: soy capaz de realizar cumplidos y flirteos como nunca hubiera imaginado que sería.
Tengo a la vista una pequeña escapada para visitar a alguien que me ha ofrecido su apoyo y consuelo en estos momentos, que me comprende porque pasó por lo mismo. Me avergüenza reconocer que es bastante probable que acabe en algo más que palabras, y que por una parte lo deseo y por otra parte me hace sentir culpable, como si te estuviera engañando.
Es muy raro todo esto, sinceramente. Tengo claro que no se puede superar todo en tan poco tiempo, pero algunas sensaciones que estoy teniendo me desconciertan. Para mí es nuevo: nunca he sido una persona ligona, y tampoco he tenido relaciones casuales, pero tampoco me he cerrado a la posibilidad de tenerlas (salvo el tiempo que pasamos juntos, y que cumplí a rajatabla); y, ahora que llegan el momento y la posibilidad, me entra el sentimiento de culpa.
Cada día que pasa estoy más convencido de que en el fondo aún te quiero, que muy en el fondo deseo todo estosea simplemente un bache en nuestra relación. Si me pongo a pensar, lo tengo todo en contra: amigos, familiares y libros de autoayuda diciéndome que no te dé más oportunidades, algunos comentarios que me hiciste la última vez que hablamos sobre esto, donde me hablaste del fin de nuestra relación y de otras cosas que prefiero no comentar aquí... Pero (y aunque me tachen de loco, confundido, o psicópata) noto el dolor y la inseguridad tras tus palabras. Sumado a la confusión detrás de tus pensamientos cuando hablamos sobre todo esto aquella noche (donde por momentos me aseguraste que con quien realmente querías estar era conmigo) y al tiempo que nos vamos a alejar de forma obligatoria y a la distancia física a que te vas a ver sometida, tengo el miedo y a la vez la esperanza de que, cuando vuelvas, te hayas dado cuenta de lo que realmente perdiste hace ya dos meses y pretendas volver a mi lado. No sé si habrá sido tiempo suficiente para fortalecerme emocionalmente, para volver a verte como una igual; para valorar convenientemente la decisión que me veré obligado a tomar en ese momento.
sábado, 30 de agosto de 2014
Reconquista y recaída
Aún hoy me siento algo estúpido por intentar reconquistarte. Es ahora cuando me doy cuenta de que hubiera sido imposible que hubiera salido bien pasara lo que pasara. Todas esas horas de gimanasio, todos esos cambios en mi look, todos esos ratos pasados alrededor de gente nueva, y con nuevas aficiones... Todo estaba mal enfocado. Todo lo hice por ti, cuando debería haberlo hecho por mí. Aún así algo quedó y me permitió tener una base para salir del pozo en el que me metiste poco después.
Lo más estúpido de todo es que dio resultado: realmente volviste a fijarte en mí. Tenías esa mirada que hacía tiempo no veía en ti, ese brillo en los ojos y esos gestos juguetones. Me empezaste a piropear como hacías al principio de nuestra relación, e incluso tuvimos dos citas.
La primera de ellas estuvo disfrazada de casualidad. Nos juntamos para charlar sobre otro tema personal que me afectó a la vez que todo esto, y pasamos seguramente una de las mejores tardes cerca del río. Estuviste alegre, animada; me hablaste de sueños y el futuro cercano, y te encargaste de que supiera cuánto te gustaba mi nuevo yo. Me sentí extraño y feliz a la vez cuando te dejé en casa y vi las pocas ganas que tenías de despedirte.
La segunda fue aquella noche que nunca olvidaré, aunque no por lo romántico del asunto. Cenamos juntos en aquel lugar, con luces tenues y comida de gourmet. Continuaste insinuándote, preguntándome por mi vida durante el tiempo de separación, e interesándote por mis nuevas amistades (por algunas más que por otras, llevada por los celos de pensar que otra mujer podría haber ocupado tu puesto). Todo fue tan bien que decidimos prolongar la noche con alcohol de por medio, y es en ese momento donde todo se torció de tal forma que ya no se pudo enderezar: en el momento en que nuestros labios se rozaron te echaste atrás y comenzaste a llorar. Me pediste perdón por lo que me habías hecho (sin acabar de comprender yo por qué en ese momento te arrepentías de nuevo de aquellos meses de quedadas clandestinas), a lo que yo te respondí que estaba olvidado, que debíamos dejarlo ir para recomenzar algo tan bello como lo que teníamos. Pero insististe con tus lágrimas y tus palabras, y un sexto sentido me hizo darme cuenta de que había pasado algo más: las piezas de mi puzzle encajaron y se descubrió que durante el tiempo que me pediste para pensar en todo lo que había pasado, te dedicaste a hundir definitivamente la daga en mi pecho acostándote con él repetidas veces.
Ni siquiera ahora sabría decir qué sentí en ese momento. Hubo un vacío en mi interior, mezclado con ira homicida hacia el personaje que 'se había metido' (o que metiste) en medio de nuestra relación. No pude articular palabra hasta pasados unos cuantos minutos, y decidí marcharme de allí. Tú me acompañaste, y mantuvimos una acalorada discusión, donde me soltaste lindezas tales como que estabas enamorada, que aún me querías, que no sabías cómo habías podido hacer todo aquello, que no eras capaz de controlar tus emociones... Para nosotros quedarán las decisiones que tomaste aquella noche, y de las que ahora intentas convencerte que no fueron más que palabras de consuelo hacia mí. La realidad es que perdí la confianza en ti, y dudo mucho que alguna vez consiga recuperarla.
viernes, 29 de agosto de 2014
La caída
Es muy difícil hablar de los sentimientos que me asaltaron aquella noche. Nunca fui realmente consciente, hasta justo el momento en que vi tu cara de sorpresa, de que lo nuestro se había roto de una manera tan cruel como lo hizo.
Desde que descubrí aquel mensaje, pasé una tarde muy extraña: desde imaginarme que quien te escribía era algún familiar, hasta pensar que me ibas a echar una buena bronca por pensar que me podías estar engañando con otra persona. Sinceramente esperaba pasar un mal rato aguantando tu enfado, llamándome loco, imbécil o algo parecido.
Por eso noté una pequeña explosión al ver tu rostro desencajado, sorprendido, al enseñarte lo que había descubierto. En ese momento sólo podía pensar que todo tenía que ser una broma, que alguien que llevaba tanto tiempo a mi lado no me podía haber hecho aquello de forma consciente. Y me quedé aún más sorprendido cuando lo admitiste con la mirada perdida, sin ningún llanto, pero con dolor en tu voz.
Mi cabeza en aquel momento se colapsó de imágenes, de momentos vividos en los últimos meses cuando te ibas de casa a realizar múltiples actividades con amigos. Mi puzzle encajó todas las piezas de golpe: días, horas, actitudes por tu parte... e incluso el nombre de la persona.
Quizás lo que más te chocase fuera escuchar de mi boca el nombre de él. Creo que pensabas que no me había dado cuenta, que vivía en la inopia completa; pero la realidad es que te avisé acerca de él, de que tu comportamiento no me parecía muy normal, y de que no me gustaba un pelo la actitud de éste cuando estábamos juntos. Tú, por tu parte, me decías que era un buen chico, pero que yo no estaba haciendo bien las cosas con él, que el quería ser nuestro amigo...
Siempre he calado bien a las personas. Es algo de lo que me precio. Siempre he sabido diferenciar a alguien de fiar de alguien que no merece la pena mantener a tu lado (salvo tu caso, claro está). Y él no fue una excepción: persona conocidilla en su ambiente, con problemas laborales y personales, pareja estable e hijos. Él estaba más que dispuesto a dar el paso final, pero tú insistías en decirme que no había más que una relación amistosa, que sólo hablabais, y que él se desahogaba contigo como lo haría con cualquier amigo o psicólogo.
Aquella noche, también me reconociste que sentías algo por él, que me querías mucho pero que la emoción la ponía otra persona que no era yo. Y al instante recordé la conversación que mantuvimos tres meses antes, donde te ofrecí con mucho dolor terminar con nuestro sueño, y donde insististe hasta la saciedad en pedirme tiempo para aclararte. Podíamos haber terminado dignamente, cielo; podíamos habernos despedido como buenos amigos, y hubieras tenido la libertad para irte con quien hubieras querido, pero te entró el pánico a perderme, y yo tampoco tuve valor (porque te quería, y porque a día de hoy aún te quiero) para dejarte ir.
La noche fue durísima. Pasé una 'noche toledana' inolvidable, donde los minutos se convirtieron en horas, y donde en ningún momento dejó de dolerme el corazón. Tampoco sé por qué no me fui inmediatamente de allí; por qué me quedé en el sofá quieto, melancólico, sollozante. Fue casi más duro el momento en que coincidimos en el desayuno, cuando tú te marchaste al trabajo y yo recogí algo de ropa. Creo que me va a costar mucho olvidar todo esto.
jueves, 28 de agosto de 2014
Casi 2 meses después
Ya hace casi dos meses desde aquella noche. Todavía la recuerdo y me angustio, pensando en el momento exacto en el que tu mirada me confirmó que no vivía un cuento de hadas, que nuestra vida se había convertido en un engaño.
Sigo sin poder explicar de forma consciente qué paso, por qué decidiste engañarme durante tanto tiempo con otra persona. Sigo sin saber qué impulsó a una persona, a la que tanto quería y admiraba, a tomar la decisión de verse a mis espaldas con alguien diferente. No acabo de entender qué pasó en tu cabeza para que tomaras la decisión de cambiar tu vida (maravillosa, fácil, sencilla y bonita según tus palabras), por las palabras de alguien con pareja estable e hijos.
Me cuesta muchísimo comprender por qué lo hiciste: apatía, rutina, dejadez, búsqueda de nuevas experiencias... Ninguna de ellas justifica que decidieras romper nuestro vínculo de forma unilateral, sin aviso ni anestesia. Aquella fatídica noche, donde las tecnologías te jugaron una mala pasada, nos mataste a los dos.
Tus explicaciones, a la vez coherentes, a la vez absurdas, acerca de que te habías enamorado de otro hombre, de que lo habías buscado tú, de que nuestra relación era extraordinaria, pero desde un punto de vista de convivencia y no de pasión, me dejaron de piedra. Nunca podré explicarme qué había en tu cabeza tres meses antes de ese momento, cuando mantuvimos aquella conversación donde me confesaste no estar pasando un buen momento a nivel emocional, donde con muchísimo dolor te ofrecí la posibilidad de terminar nuestra relación, y donde insististe hasta la saciedad que se trataba de una cuestión temporal y me pediste por favor que te diera algo de tiempo para aclararte.
Nunca podré comprender por qué me hiciste a mí esto, por qué decidiste engañar a alguien que te quería, te respetaba y te trataba bien; a alguien a quien querías (porque eso no lo he puesto nunca en duda).
Tampoco comprenderé nunca tu actitud durante estos dos meses, durante los que han pasado tantas cosas que podrían servir para escribir un manual de supervivencia ante el desamor: intentos de reconquista, engaños, medias verdades, frases fuera de contexto que nos dolieron a ambos... Ahora mismo me gustaría haber evitado todos estos días, haber tomado la determinación de plantarme aquel día y haberte deseado la mayor de las suertes. Nos hubiera dolido a los dos, pero por lo menos no hubiera perdido mi confianza en ti.
Lo que más me molesta es que, a pesar de todo, aún siento algo; aún conservo la esperanza de despertarme y darme cuenta de que todo ha sido un sueño. No me sale odiarte, aunque a veces lo deseo con todas mis fuerzas, pero tampoco me sale quererte. Y eso me duele casi más que todo este engaño...
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